
Indicios Vehementes
Todos conocían al relicario, tenía un humor de perros y parecía querer alumbrar las noches todas las mañanas. De cada cosa buena, llegan nueve malas, murmuraba para sí entre dientes. ¿Sabéis que he recibido esta mañana?; Una sortija de desmatrimonio, velas de algún naufragio y algunos perfumes baratos que no hay a quién vender!
Enfurruñado mordía los objetos, no por que no se fiara de su valía sino por pura incredulidad. Siempre eran auténticos, él había de aceptarlo.
Un día, como siempre, abrió la paraeta y se vio un bebé. La joven que lo vendía le dijo:
Puede usted morderlo, es de verdad.
E Ignacio, el relicario, lo acogió como si oro fuere, era la cosa más linda que nunca le hubieran traído.
Dicen que después de eso, dejó de ejercer. Se había vuelto de pronto el hombre más rico del mundo.
Vehemencia
Hacía tiempo que Pepita viajaba a Barcelona, porque el alzheimer le había retrocedido la memoria a aquel capricho pasajero. Por ello preparaba día a día anclas de rana, para llevarlas a Girona al que fue su primer amante, que trabajaba allí y era difunto. Era su plato preferido, le repetía Pepita a Matilde (su hija).
Mientras Matilde, pelaba y horneaba alcachofas.